Amar es una palabra bastante fácil de pronunciar. En muchos casos díficil de ejecutar. El amor debe de consitir en dar vida, el ejemplo de la muerte de Cristo en la cruz; debe de significar algo mucho más que una simple muerte. Debe ser el fundamento de nuestro objetivo.
Esa meta que se ha fijado, es la de la vida misma. Él vino a dar vida, una que no es la del odio y el resentimiento. Vino a liberar, no se coloco como una persona que teniendo todo despreciara a todos. Al contrario si se hizó el menor, fue para mostrarnos que solo dando es como nosotros recibimos.
San Juan el Bautista, dijo muchas veces que enderezaramos el camino. La Biblia es un libro sagrado, para el cristiano, y nos sirve de guía. El Papa, los obispos, los sacerdotes, hacen lo mismo que él decía: enderecen las rectas.
Pero no sirve de nada, tener oídos y no oír, leer y olvidar. Cuando fijamos nuestra mirada en esa vida que Jesús nos ofrece, debemos llegar a ella enmendando nuestra persona. El camino no es fácil, a veces pensar en amar a los que nos odian, nos lastiman es costoso.
También debemos fijar la vista en aquellos que no haciendo daño, salen lastimados por nuestra irracionalidad y el poco deseo de dar una mano cuando podemos hacerlo. Cristo se acercó al que nadie se le acercaba, le habló a quién no se le hablaba, perdona y ayuda, comprende y orienta, ama y apoya.
Si la regla más importante es el amor, sólo podemos fijarnos en el camino que el Sagrado Corazón de Jesús trazó. Quién cumple con lo que pide el amor, y el amor a ese que murió en la cruz, entonces podrá darse cuenta seguir a ese órgano de donde broto sangre y agua fue lo más hermoso que pudo sucederle.
¡Qué la Inmaculada Concepción de María sea nuestra intercesora, y que el Corazón de Jesús nos bendiga siempre!
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